Tiempo de lectura: 35 - 40 minutos
Resumen
Descubrirás cómo se desafía a SpaceX desde una isla sin tradición espacial en medio del pacifico.
Conocerás al ingeniero que, sin pasar por la universidad, está cambiando la industria aeroespacial.
Aprenderás por qué Rocket Lab no solo lanza cohetes, sino que redefine el acceso al espacio.
Verás cómo una obsesión personal se convirtió en una revolución tecnológica global.
Entenderás cómo el espacio puede dejar de ser exclusivo para convertirse en herramienta de cambio.
¡Muy buenas a todos!
Mi nombre es Sualem Betancor, asesor financiero y uno de los tres fundadores de WorldStocks Investments.
Hoy os traigo una tesis sobre una empresa de la que se habla sorprendentemente poco para lo clave que puede llegar a ser en los próximos años… y para todo lo que ya está haciendo hoy.
Se trata de la segunda compañía privada que más cohetes lanza al espacio cada año, solo por detrás de SpaceX.
Y lo más curioso: su fundador y CEO, Peter Beck, nunca fue a la universidad.
Rocket Lab no es solo una empresa especial. Es diferente en todo. Y cuanto más la analizas, más te das cuenta de que aquí hay algo muy serio. Una compañía que, sinceramente, me ha dejado impresionado.
⚠️ Esta primera parte estará en abierto para todos los lectores.
Antes de que leas el artículo, me encantaría saber si conoces la compañía:
Si quieres saber más, te recomiendo que te quedes hasta el final del artículo.
⚠️ IMPORTANTE ⚠️
Los formatos del artículo (PDF y audio) están al final del mismo junto con una bibliografía para que puedas profundizar por tu cuenta.
Artículo Escrito
Como muchos sabéis, siempre nos gusta comenzar cualquier tesis haciéndonos una serie de preguntas clave:
¿Cómo llegamos a esta empresa? ¿Qué nos llamó la atención? ¿Qué esperamos confirmar o refutar?
Porque seamos claros: todos estamos sesgados de alguna forma. Quien diga lo contrario, miente.
Y ser conscientes de esos sesgos es el primer paso para analizar bien una empresa.
En este caso, conocí Rocket Lab gracias a un suscriptor premium que compartió una tesis en el grupo de WhatsApp
Sabía que nos iba a interesar, sobre todo por el perfil de su CEO, Sir Peter Beck, un tipo brillante, atípico, valiente… y un poco loco, como nos gustan.
En cuanto empecé a leer sobre él, ya no pude parar.
Hablaremos más adelante en detalle, pero basta con decir que es alguien que, sin pasar por la universidad, ha sido capaz de crear una empresa que compite directamente con SpaceX.
Eso, por sí solo, ya me pareció una locura.
Y aquí viene el punto clave: si no fuese por Peter Beck, probablemente ni me habría planteado analizar Rocket Lab.
Ese es mi sesgo, y lo tengo claro: mi visión de la empresa está inevitablemente influenciada por la admiración que siento por su CEO.
Dicho esto, estos son los tres grandes bloques en los que vamos a estructurar esta primera parte de la tesis, y sobre los que vamos a profundizar con calma:
Así que, una vez aclarado el enfoque, empezamos con el primer bloque.
Historia de Rocket Lab
Rocket Lab nació en 2006 con una misión clara: democratizar el acceso al espacio mediante lanzamientos más frecuentes y asequibles.
Una idea que puede sonar ambiciosa, pero que cobraba sentido en boca de su fundador, Peter Beck, un joven ingeniero que se atrevió a pensar en grande desde un rincón del planeta donde nadie hablaba de cohetes.
En Nueva Zelanda no existía ni industria espacial ni regulación alguna que lo impidiera. “La puerta estaba abierta”, recordaría años después Beck.
Esa falta de estructura fue, paradójicamente, una oportunidad: no había reglas... pero tampoco había referentes.
¿Cómo se monta una empresa espacial en un país sin tradición aeroespacial, sin financiación y sin ecosistema tecnológico?
La respuesta empieza por una persona: Mark Stevens más conocido como Mark Rocket.
Emprendedor de internet y fan declarado del espacio, tenía reservado un asiento en Virgin Galactic, Rocket fue el primer gran inversor que creyó en Beck.
Con su apoyo, y el de otros nombres clave como Stephen Tindall, Sir Michael Fay y el propio gobierno neozelandés (que aportó subvenciones), Rocket Lab logró algo casi impensable: desarrollar y lanzar su primer cohete suborbital, el Ātea-1, en solo tres años.
Una hazaña que no solo validó la tecnología, sino que consolidó la figura de Beck como alguien capaz de transformar ideas improbables en realidades técnicas.
El primer salto al espacio: Ātea-1
El 30 de noviembre de 2009, en una isla remota de Nueva Zelanda, Rocket Lab hizo historia.
Ātea-1, el primer cohete construido por la compañía, se convirtió en el primer vehículo de una empresa privada del hemisferio sur en alcanzar el espacio.
El lanzamiento no fue sencillo. Una avería de última hora casi arruina el momento, pero Beck y su equipo consiguieron solucionarla con ayuda local y mucha improvisación.
Cuando el cohete despegó con éxito ante las cámaras de televisión, Beck no pudo contener la emoción:
"You f*ing beauty!"
Ese vuelo fue más que simbólico. Demostró que Rocket Lab no era solo una presentación bonita en PowerPoint. Era una empresa que hacía, no que prometía. Como dijo el propio Beck:
"Muchas compañías hacen lindas presentaciones, pero nosotros preferimos hacerlo primero y hablar después."
El éxito atrajo rápidamente la atención de ingenieros veteranos del sector, incluyendo perfiles que habían trabajado en las misiones Apolo y en los transbordadores espaciales.
Ver un enfoque tan práctico y directo, casi artesanal, les recordó a la vieja escuela de los años 60.
¿Era Rocket Lab el heredero espiritual de aquella época dorada?
En 2013, Beck decidió dar el siguiente paso lógico: trasladó la sede de la empresa a California y registró Rocket Lab en EE.UU., para poder acceder a capital, clientes institucionales y el ecosistema aeroespacial más potente del planeta.
Eso sí, la fabricación principal y el centro de lanzamientos siguieron en Nueva Zelanda, respetando los orígenes y aprovechando su posición estratégica.
La visión original hacer lanzamientos frecuentes y accesibles de pequeños satélites sigue viva, pero ha evolucionado.
Rocket Lab ya no es solo una compañía de cohetes ligeros: hoy diseña satélites, desarrolla nuevos vehículos más potentes y prepara misiones interplanetarias.
Como admite el propio Beck:
“El plan siempre fue mucho más ambicioso… pero lo hemos ejecutado paso a paso.”
¿Y cuál es ese plan realmente? ¿Hasta dónde puede llegar una empresa que empezó lanzando cohetes desde una isla perdida?
El Electron
Después del éxito de Ātea-1, Peter Beck centró todos sus esfuerzos en desarrollar el cohete Electron, el verdadero pilar sobre el que se ha construido Rocket Lab.
Electron es un lanzador orbital de dos etapas, ligero, compacto (17 metros) y optimizado específicamente para llevar cargas pequeñas a la órbita baja (LEO).
La idea era clara: ofrecer lanzamientos dedicados, frecuentes y asequibles para satélites que, hasta entonces, debían esperar huecos secundarios en cohetes más grandes.
La primera misión orbital de Electron, en mayo de 2017, no alcanzó completamente sus objetivos. Pero en enero de 2018, el cohete logró por fin su primer éxito completo, desplegando varios CubeSats y una esfera reflectante conocida como Humanity Star.
Desde entonces, la trayectoria ha sido sólida: más de 180 satélites lanzados en 46 misiones hasta principios de 2024, con clientes que incluyen desde startups hasta la NASA y la Fuerza Espacial de EE.UU.
Rocket Lab se ha consolidado como la opción de referencia para lanzamientos pequeños, fiables y con costes razonables.
Electron no solo ha puesto en órbita cargas útiles individuales: ha permitido desplegar constelaciones enteras de satélites de observación terrestre, comunicaciones y sensores para el Internet de las Cosas.
En otras palabras, ha contribuido a crear una infraestructura orbital global.
¿Pero cómo ha conseguido Rocket Lab competir en un sector dominado por gigantes?
La respuesta está en su enfoque técnico.
Electron utiliza un motor propio, el Rutherford, que destaca por dos cosas:
Es el primer motor del mundo impulsado por bombas eléctricas alimentadas por baterías (en lugar de turbobombas tradicionales).
Sus componentes principales están impresos en 3D.
Esta arquitectura reduce drásticamente la complejidad y permite fabricar cohetes de forma mucho más rápida y barata.
Como dice Beck:
“Si queremos lanzar cohetes cada semana, debemos poder construirlos cada semana.”
El uso de fibra de carbono ligera en la estructura también mejora la eficiencia y refuerza esa filosofía de agilidad industrial.
Gracias a estas decisiones, Rocket Lab se ha convertido en un referente en el nicho de lanzadores ligeros, complementando a SpaceX en lugar de competir frontalmente.
¿Pero puede seguir creciendo solo con Electron? ¿O necesita dar un paso más allá?
Evolución de Rocket Lab
En sus primeros años, Peter Beck era tajante:
“No construiremos un cohete más grande. Y jamás reutilizaremos lanzadores.”
De hecho, llegó a bromear que se comería su sombrero si alguna vez cambiaba de opinión.
Spoiler: cambió de opinión.
Y sí, se lo comió, literalmente, en 2021, en un gesto público que simboliza su capacidad de rectificar y adaptarse cuando el mercado lo exige.
El cambio no fue caprichoso.
A medida que la reutilización se convirtió en una tendencia dominante gracias al liderazgo de SpaceX Beck entendió que también tendría que recorrer ese camino.
En 2019 anunció que intentarían recuperar la primera etapa de Electron atrapándola con un helicóptero en pleno vuelo.
Desde entonces, han realizado múltiples pruebas exitosas, recuperando cohetes tanto en el aire como desde el mar.
La reutilización total todavía no es una realidad operativa para Rocket Lab, pero ya están avanzando hacia ella.
Ahora bien, la evolución de la compañía va mucho más allá de la recuperación de etapas.
Rocket Lab ha pasado a convertirse en una empresa espacial de extremo a extremo.
Desarrollaron la etapa avanzada Photon, capaz de funcionar como plataforma satelital y vehículo de transferencia.
Con ella, en 2022 completaron la misión CAPSTONE rumbo a la Luna para la NASA, convirtiéndose en la segunda empresa privada del mundo (después de SpaceX) en enviar una misión más allá de la órbita terrestre.
Pero no se han quedado ahí.
Rocket Lab fue seleccionada para construir variantes de Photon para futuras misiones científicas de la NASA a Marte, y ha comenzado a fabricar satélites completos, incluyendo componentes clave como star trackers, ruedas de reacción y radios.
Hoy, Peter Beck lo resume así:
“Somos una compañía espacial de extremo a extremo, no solo una empresa de cohetes.”
Y no es solo marketing: la división de sistemas espaciales ya genera la mayor parte de los ingresos de la compañía.
El negocio ha dejado de girar exclusivamente en torno a Electron.
Todo esto ha traído también el reconocimiento institucional.
Beck ha recibido premios por innovación y educación, ha sido nombrado profesor honorario por la Universidad de Auckland, y en 2024 fue condecorado como Caballero de la Orden del Mérito de Nueva Zelanda (KNZM) por sus servicios a la industria aeroespacial.
Su historia ya no es solo la de un ingeniero brillante. Es la de alguien que ha puesto a su país en la élite de la exploración espacial.
La pregunta ahora es:
¿Qué tipo de persona construye cohetes en un garaje, sin ir a la universidad, y termina compitiendo con SpaceX desde una isla en mitad del Pacífico?
Historia de Peter Beck
Peter Beck nació en Invercargill (Nueva Zelanda) en 1976, en una familia donde la curiosidad se respiraba en casa. Su padre, gemólogo y director de museo, y su madre, profesora, cultivaron en él y sus hermanos una conexión profunda con la ciencia, la técnica y el mundo natural.
Desde pequeño observaba las estrellas con un telescopio artesanal que le construyó su padre. Aquella imagen, la de un niño mirando al cielo desde el sur del Pacífico, resume bien lo que vendría después.
Ya en la adolescencia, Beck experimentaba con todo lo que tuviera motor o propulsión.
Tuneó un Mini clásico, lanzaba cohetes de agua en el jardín, y no tardó en dar con un principio que le acompañaría toda la vida: la mezcla de pasión, velocidad y precisión.
A los 18 años tomó una decisión poco habitual: no ir a la universidad.
En Nueva Zelanda no existían programas espaciales, y Beck lo tuvo claro: si quería aprender, tendría que hacerlo por su cuenta.
Comenzó como aprendiz de herrero matricero en Fisher & Paykel, un fabricante de electrodomésticos. Allí, en sus ratos libres, aprovechaba la maquinaria del taller para construir prototipos imposibles: un jetpack con patines, un monopatín cohete y una bici propulsada que sí, ocurrió ganó una carrera contra un Dodge Viper.
Ese estilo de sorprender sin prometer, de construir antes que hablar, ya estaba ahí.
Fue en esa etapa cuando conoció a Kerryn, diseñadora industrial y hoy su esposa, con quien tendría dos hijos.
Beck dio el salto al mundo de los materiales avanzados trabajando en Industrial Research Ltd., donde por fin rozó el sector aeroespacial: colaboró con expertos de Lockheed Martin, intercambió ideas con ingenieros de la NASA y conoció a Stephen Tindall, quien más tarde se convertiría en uno de los primeros inversores de Rocket Lab.
La chispa final llegó en 2006, cuando viajó a Estados Unidos para asistir a encuentros de aficionados a la cohetería.
Allí comprobó que, a nivel técnico, no estaba por detrás de nadie. Los desafíos que enfrentaba él en Nueva Zelanda eran exactamente los mismos que los de cualquier entusiasta del otro lado del mundo.
Ese viaje le cambió la perspectiva.
¿Y si no necesitaba mudarse al corazón de la industria aeroespacial? ¿Y si podía construir algo desde cero, en su propio país?
Ese mismo año fundó Rocket Lab. En sus propias palabras, no quería ser:
“Un tipo insignificante dentro de una gran maquinaria, diseñando piezas minúsculas para proyectos ajenos”.
Quería atacar directamente los grandes retos. Desde fuera del sistema. Desde muy, muy lejos.
Peter Beck y su visión del espacio
Desde el principio, Peter Beck dejó claro que Rocket Lab no había nacido para hacer alardes ni para perseguir gestas épicas.
Su objetivo era abrir el acceso al espacio y ponerlo al servicio de proyectos útiles, sostenibles y al alcance de muchos más actores.
“No se trata de que el espacio sea para gobiernos o millonarios. También debería estar disponible para universidades, emprendedores… incluso para países pequeños.”
Ese enfoque ha guiado todas sus decisiones.
Para Beck, la exploración espacial debe beneficiar directamente a la vida en la Tierra.
No como un plan B, sino como una herramienta para entender mejor nuestro planeta, resolver desafíos y mejorar nuestra capacidad de actuar como especie, no como bloques aislados.
Un buen ejemplo de esta filosofía es el proyecto Humanity Star: una esfera reflectante colocada en órbita en 2018, visible desde la Tierra. Su propósito no era técnico ni comercial, sino puramente simbólico.
“Quería que la gente saliera, mirara hacia arriba, y se diera cuenta de que vivimos en una roca diminuta dentro de un universo inmenso. Cuando entiendes eso, ves el planeta de otra forma. Y lo cuidas distinto.”
Esa perspectiva también se refleja en sus declaraciones sobre el cambio climático:
“La humanidad enfrenta grandes desafíos. El cambio climático es el más evidente. Ningún país lo resolverá por sí solo. Tenemos que actuar como especie.”
Beck adopta una postura mucho más humanista: no se trata de colonizar otros mundos, sino de preservar este.
Beck no comparte la obsesión por Marte.
Ha dicho abiertamente que no tiene interés en enviar humanos allí ni en fundar colonias.
Prefiere concentrarse en proyectos con impacto tangible: cohetes, satélites, misiones científicas que ayuden aquí y ahora.
Curiosamente, si tuviera que apostar por otro planeta, su elección sería Venus, no Marte.
Aunque inexplorable en superficie, sus nubes podrían contener claves sobre la vida en el universo:
“Es un planeta mucho más interesante desde el punto de vista científico.”
En lugar de titulares grandilocuentes, Beck prefiere preguntas importantes.
Preguntas como:
¿Podemos usar el espacio para entender mejor nuestro lugar en él? ¿Y para cooperar de forma más sensata entre nosotros?
En resumen, la visión de Peter Beck no es conquistar planetas, sino construir herramientas que nos permitan sobrevivir mejor en el que ya habitamos.
Innovar sí, pero sin llenar el espacio de basura
La visión de Peter Beck no solo mira hacia el cielo, sino que también se preocupa por lo que dejamos en él.
Un aspecto central de su enfoque es el uso responsable y sostenible del entorno espacial.
Beck ha sido un defensor claro de los satélites pequeños en órbitas bajas, que se degradan en pocos años y se desintegran en la atmósfera.
En cambio, los grandes satélites tradicionales en órbitas geoestacionarias pueden permanecer allí miles de años, generando una acumulación de basura orbital cada vez más preocupante
Para él, el futuro pasa por sistemas ágiles, renovables y de alta cadencia: muchos satélites pequeños que se renuevan constantemente, en lugar de unas pocas plataformas gigantes permanentes.
Esto no solo es más eficiente, sino también “mucho más sostenible”.
Su enfoque es claro: avanzar rápido, pero con conciencia técnica y sentido común.
“Identificamos un problema y luego vamos y lo solucionamos. Al crear valor, construyes algo que la gente realmente quiere.”
Esa mentalidad, a medio camino entre el idealismo y la ingeniería práctica, define el ADN de Rocket Lab.
¿Qué motiva realmente a Peter Beck?
La motivación de Peter Beck no nace del dinero ni del prestigio.
Nace de algo mucho más antiguo: una mezcla de asombro infantil, curiosidad y necesidad de crear.
Su primer recuerdo consciente es mirando las estrellas junto a su padre, con un telescopio hecho en casa. Aquel momento selló algo en él:
“El espacio era algo a lo que quería dedicarme.”
Desde entonces, Beck ha sido un autodidacta obsesionado con resolver problemas complejos con soluciones que nadie más se plantea.
Como contaba un excolega:
“Se le ocurre algo, y luego él mismo se enseña todo lo necesario para lograrlo.”
Ese impulso de aprender, de construir, de hacer lo que no se ha hecho antes, está en el centro de todo lo que ha sido Rocket Lab.
Pero también hay otra motivación, más profunda: el deseo de generar un impacto global real.
Desde el día uno, Beck lo tuvo claro:
“Vamos a cambiar el mundo.”
Ese lema no era un eslogan. Era la justificación para los desvelos, las renuncias personales, los cumpleaños perdidos.
Beck mismo reconocía que ese ritmo no era sostenible, pero que valía la pena:
“Denme un par de años más. Si para entonces hemos cambiado el mundo, veré dónde estoy.”
Más allá de la empresa, hay una inquietud que Beck no puede apagar: la gran pregunta sobre si estamos solos en el universo.
Por eso ha dedicado noches y fines de semana, literalmente, un 30% de su tiempo personal, al desarrollo de una sonda privada a Venus. No por negocio, ni por marketing. Por pura fascinación científica.
“Me encanta lo interplanetario. Si hay una mínima posibilidad de que Venus nos ayude a responder si hay vida ahí fuera, merece la pena intentarlo.”
Incluso al frente de una empresa multimillonaria, lo que más le entusiasma hoy es ese pequeño experimento, sin financiación externa, pero con valor existencial.
También hay un lado más terrenal en su motor diario: una mezcla de perfeccionismo y paranoia.
Beck se describe como un adicto al trabajo, con miedo constante al fracaso:
“Soy paranoico con todo, especialmente con fallar. Irme a dormir tranquilo simplemente no parece posible.”
Esa obsesión lo lleva a revisar todo mil veces, a nunca apostar la empresa en un solo tiro, y a avanzar con la precisión de un ingeniero, aunque sueñe como un niño.
Y quizá esa dualidad sea su rasgo más distintivo: soñar a lo grande, pero ejecutar con una disciplina quirúrgica.
Inspirarse en las estrellas, pero sin olvidar las promesas hechas a sus clientes, su equipo y sus inversores.
La misión de Rocket Lab
Para Peter Beck, Rocket Lab ya no es simplemente una “compañía de cohetes”. Su objetivo es mucho más ambicioso.
Convertirse en la primera empresa espacial integral “end-to-end”, capaz de ofrecer todo lo necesario para acceder y operar en el espacio.
Esto implica cubrir cada etapa de la cadena: lanzar vehículos orbitales fiables, diseñar y fabricar satélites y sondas a medida, operar misiones completas en órbita… e incluso emprender proyectos científicos más allá de la Tierra.
Como él mismo resume:
“Si tienes una objetivo espacial, deberías poder venir a Rocket Lab y resolverla de principio a fin.”
Dos grandes prioridades a corto plazo
En el presente, la estrategia de Rocket Lab se apoya en dos pilares: seguir consolidando Electron y desarrollar Neutron.
Electron: mantener la cadencia y la fiabilidad
Beck quiere seguir aumentando la frecuencia de lanzamientos con Electron, su cohete ligero de referencia.
La empresa ya cuenta con tres plataformas de lanzamiento (dos en Nueva Zelanda y una en Virginia, EE. UU.) y ha recibido autorización para lanzar un cohete cada 72 horas durante los próximos 30 años en suelo neozelandés.
Ese ritmo no es un capricho. Es la base del modelo operativo: lanzamientos ágiles, fiables y repetibles.
Y funciona: con más del 90 % de misiones exitosas, Rocket Lab ha conseguido contratos recurrentes con agencias y clientes que repiten.
“Si quieres un lanzamiento fiable y rentable, somos la elección obvia”
- Peter Beck.
Neutron: el siguiente paso natural
La segunda prioridad es Neutron, un cohete de clase media, reutilizable, con capacidad para lanzar hasta 13 toneladas a órbita baja.
El objetivo: entrar en el mercado de lanzamientos medianos, dominado por SpaceX, y ofrecer una alternativa fiable para desplegar satélites más grandes o constelaciones completas con menos vuelos.
“El enorme zumbido de fondo ahora mismo es Neutron. Tenemos que llevarlo a la plataforma.”
Beck lo afronta con su mentalidad habitual: sin apuestas totales, avanzando paso a paso. Primero demostrar que vuela. Luego escalar.
Desde que la empresa salió a bolsa en 2021, Beck ha repetido que su visión es construir un negocio multigeneracional.
No busca tener miles de empleados ni fábricas gigantescas, sino una empresa ágil, eficiente y técnicamente capaz de resolver problemas complejos en cualquier rincón del espacio.
Por eso, Rocket Lab ha ido adquiriendo empresas especializadas (como fabricantes de componentes satelitales) que puedan integrarse sin fricción a su cultura operativa.
El crecimiento no es un fin, sino una consecuencia de hacer las cosas bien.
De la Tierra a Venus… pasando por Marte y la Luna
En los próximos años, Rocket Lab no solo desarrollará Neutron. También llevará a cabo misiones científicas tanto privadas como institucionales.
Entre ellas:
Una misión privada a Venus, impulsada por el propio Beck, para buscar signos de vida en sus nubes.
Misiones científicas de la NASA a Marte, utilizando la plataforma Photon.
Participación en el programa Artemis con proyectos como el envío de suministros a la Lunar Gateway.
¿Dónde traza Beck los límites?
Básicamente, en el turismo espacial y la colonización humana, dos cosas que no están en su hoja de ruta. Todo lo demás, sí.
Una revolución espacial construida con ideas pequeñas
Beck ve el futuro de Rocket Lab como el de un actor duradero y multifacético.
Uno que contribuya tanto a mejorar la vida en la Tierra, mediante satélites que monitoricen el clima, conecten zonas remotas o rastreen recursos naturales, como a expandir el conocimiento del universo.
Su tesis es sencilla: la próxima gran revolución espacial no vendrá de lo gigantesco, sino de lo pequeño, lo eficiente, lo accesible.
Como dijo en una charla TED en 2019:
“Los pequeños cohetes y satélites pueden ayudarnos a buscar vida extraterrestre, aprender más del sistema solar y crear una red global de internet.”
Rocket Lab quiere poner todas esas herramientas al alcance de científicos, emprendedores, instituciones educativas… cualquier visionario con una buena idea.
La pregunta ahora es:
¿Hasta dónde puede llegar una empresa que no aspira a conquistar el espacio… sino a hacerlo útil?
El negocio de lanzamientos de Rocket Lab
Rocket Lab no es solo una fábrica de satélites ni una empresa de componentes espaciales. Su origen y una de sus fuentes clave de ingresos sigue siendo el lanzamiento de cohetes.
A través del Electron, ya consolidado, y el prometedor Neutron, aún en desarrollo.
La compañía ha construido una oferta de lanzamientos orbitales que combina agilidad, precisión y un enfoque “turnkey” que le diferencia en un mercado altamente competitivo.
Este enfoque significa que: Diseña, construye, integra, lanza y, si es necesario, opera el satélite o misión completa.
Un modelo B2B y B2G
Desde que comenzó a operar en 2018, el cohete Electron ha sido el caballo de batalla de Rocket Lab.
Con más de 60 misiones acumuladas para 2025 y más de 180 satélites puestos en órbita, se ha convertido en el segundo cohete más lanzado de EE. UU., solo por detrás del Falcon 9 de SpaceX.
Su público objetivo son clientes comerciales (empresas de satélites, startups tecnológicas) y agencias gubernamentales como la NASA o la Fuerza Espacial de EE. UU., lo que define un modelo mixto B2B y B2G.
A diferencia de los vuelos compartidos en cohetes más grandes, Electron ofrece lanzamientos dedicados que permiten insertar cargas útiles en órbitas precisas y con flexibilidad en el calendario.
Esta capacidad ha resultado especialmente valiosa para constelaciones emergentes o misiones científicas con requisitos específicos.
Un ejemplo claro fue el acuerdo firmado en 2024 con la japonesa iQPS para ocho lanzamientos dedicados, lo que demuestra la demanda continua por parte de clientes que priorizan control y rapidez.
En paralelo, Rocket Lab también ha conseguido contratos relevantes con el gobierno estadounidense, incluyendo misiones bajo el programa OSP-4 y fondos para el desarrollo de Neutron.
Estos acuerdos no solo refuerzan los ingresos actuales, sino que también validan la confianza institucional en la empresa.
Units economics de los lanzamientos
El precio por lanzamiento de Electron ronda actualmente entre 7,5 y 8,4 millones de dólares, una cifra que ha crecido alrededor de un 67 % desde su debut comercial, cuando se situaba en torno a los 5 millones.
Esta subida refleja tanto el valor añadido que ofrece Rocket Lab como la presión inflacionaria en los costes de producción.
A pesar de su creciente cadencia, con 16 lanzamientos en 2024, la línea de lanzamientos aún no alcanzaba la rentabilidad en ese año, debido a la elevada estructura de costes fijos y al coste unitario por misión.
Para mejorar esta economía, la empresa ha comenzado a introducir la reutilización parcial en Electron.
Ha logrado recuperar primeras etapas del cohete y reutilizar un motor Rutherford, con el objetivo de llegar a lanzar un vehículo completo con nueve motores reacondicionados.
Este enfoque apunta a reducir uno de los principales costes por lanzamiento, los motores representan más de la mitad del coste de un booster, aunque aún implica desafíos técnicos y logísticos: desde la recogida en el mar hasta la protección anticorrosión y reacondicionamiento.
Con Neutron, Rocket Lab espera dar un salto importante.
Este cohete mediano, con capacidad para colocar hasta 13 toneladas en LEO, está siendo diseñado desde cero con la reutilización como eje central.
El objetivo es ofrecer lanzamientos por unos 50 millones de dólares, con costes estimados de unos 25 millones por vuelo, lo que permitiría alcanzar márgenes brutos del 40–50 %.
Son cifras que situarían a Neutron en una liga muy diferente a la de Electron, y lo acercarían al rendimiento económico del Falcon 9.
Presente vs Futuro
En la actualidad, Electron es un producto maduro que sostiene buena parte del negocio. En 2024 generó alrededor de 125 millones de dólares, es decir, un 29 % de los ingresos totales de Rocket Lab.
Su fiabilidad, agilidad y compatibilidad con misiones complejas lo mantienen como una solución sólida para lanzamientos pequeños.
No obstante, su mercado es limitado por definición: carga útil máxima de unos 300 kg, lo que restringe su utilidad para misiones de mayor envergadura o constelaciones masivas.
Aquí entra en juego Neutron.
Rocket Lab lo presenta como su gran apuesta para los próximos años: un cohete reutilizable, con cofia integrada, capaz de competir en el segmento medio y de servir tanto a operadores comerciales como a programas gubernamentales.
Aunque aún no ha volado (el primer lanzamiento está previsto para 2025), ya ha atraído a un cliente comercial confidencial que ha reservado múltiples lanzamientos.
Además, ha recibido apoyo del gobierno de EE. UU., incluyendo un contrato de 24 millones de dólares para el desarrollo del motor Archimedes.
Con Neutron, Rocket Lab aspira a entrar en ligas mayores: lanzar cargas medianas, participar en el despliegue de mega constelaciones y ofrecer servicios que hasta ahora solo estaban al alcance de SpaceX.
Si logra ejecutar su plan, el salto en ingresos y rentabilidad será notable.
Como hemos dicho Electron está en plena madurez. Rocket Lab ha perfeccionado su diseño, ha aumentado la capacidad a 320 kg y ha alcanzado un ritmo de producción y lanzamiento de hasta dos misiones mensuales.
Introdujo innovaciones pioneras como los motores Rutherford impresos en 3D con bombas eléctricas y un fuselaje de fibra de carbono, elementos que en su día supusieron una ruptura con la ingeniería tradicional.
En cuanto al entorno competitivo, aunque varios competidores en el segmento ligero han fracasado (Vector, Astra, Virgin Orbit), otros como Firefly Aerospace (cohete Alpha) están emergiendo, y nuevas startups en Europa o India buscan entrar al mercado.
Sin embargo, el mayor rival sigue siendo SpaceX, que gracias a sus vuelos compartidos en Falcon 9 ofrece precios por kilo muy competitivos.
Rocket Lab responde con su propuesta diferenciada: lanzamientos rápidos, dedicados y con una cadena de integración vertical que reduce complejidades.
En el segmento de lanzadores medianos, Neutron se enfrentará directamente a Falcon 9 y al futuro New Glenn de Blue Origin.
Neutron ha sido diseñado para ser reutilizable desde el principio, y su desarrollo está avanzando a un ritmo que pocos han logrado en la historia de la industria: de concepto a vuelo en solo 3–4 años.
Además, la compañía busca que Neutron sea apto para misiones del programa NSSL del Departamento de Defensa, lo que abriría nuevas oportunidades de contratos institucionales.
En ese entorno, competirá con lanzadores como Vulcan de ULA, lo que exige fiabilidad, capacidad de carga flexible y control total sobre el sistema de lanzamiento.
Space System: La transformación al End-To-End
Uno de los cambios más importantes y menos comentados en la evolución de Rocket Lab ha sido su transformación en un proveedor integral de sistemas espaciales.
Lejos de limitarse al lanzamiento de cohetes o a sus plataformas Photon, la compañía ha consolidado una división llamada Space Systems, dedicada a la fabricación y comercialización de componentes espaciales críticos:
Motores, estructuras compuestas, sistemas de separación, paneles solares, software de vuelo, sensores estelares, radios, ruedas de reacción y más.
Esta unidad no solo equipa las propias misiones de Rocket Lab, sino que también genera ingresos recurrentes al vender estos productos a otras empresas del sector aeroespacial.
La construcción de esta división ha sido una jugada estratégica a largo plazo.
Entre 2019 y 2022, Rocket Lab llevó a cabo una serie de adquisiciones clave que le permitieron incorporar tecnología de alto nivel y posicionarse como proveedor de referencia en el mercado de subsistemas.
Compró:
Sinclair Interplanetary: especialista en sistemas de control de actitud (orientación)
Planetary Systems: fabricante del sistema de separación Lightband, un estándar de la industria
Advanced Solutions Inc.: software y sistemas GNC (Combustible)
SolAero Technologies: una de las pocas compañías capaces de fabricar paneles solares de alta eficiencia para aplicaciones espaciales.
Con estos movimientos, Rocket Lab se aseguró no solo el acceso a tecnología propia, sino también un flujo de ingresos B2B al vender esos componentes a terceros.
Hoy en día, el catálogo de Space Systems es amplio y visible: en su web oficial, la compañía comercializa desde star trackers y radios hasta paneles solares y estructuras compuestas.
Este enfoque le ha permitido participar en grandes contratos como proveedor principal o como subcontratista en proyectos espaciales de gran escala.
Un ejemplo es el contrato de 143 millones de dólares ganado en 2022 como subcontratista de MDA para la constelación Globalstar, en el que Rocket Lab fabricó 17 buses satelitales completos.
Otro caso aún más representativo es el encargo de la Space Development Agency (SDA) de EE. UU. en 2023: 18 satélites integrados casi por completo con tecnología propia, desde la estructura hasta los sistemas electrónicos.
La clave: Rocket Lab puede entregar una solución completa y certificada sin depender de proveedores externos.
Integración vertical y márgenes: eficiencia en cadena
Una de las grandes ventajas de Space Systems es su alto grado de integración vertical.
Al fabricar internamente los componentes más críticos, Rocket Lab no solo reduce su dependencia externa, sino que también optimiza su economía unitaria.
Esta integración se traduce en menores costes marginales a medida que escala la producción, lo que le permite ser más competitivo en precio frente a otros proveedores.
En 2024, Space Systems fue responsable de más del 70 % de los ingresos totales de la empresa, generando unos 311 millones de dólares de un total de 436 millones.
Aunque Rocket Lab no detalla los márgenes por componente, ha reconocido que la mezcla de productos influyó temporalmente en los resultados del año: algunos contratos de menor margen pesaron en el primer semestre, pero hacia finales de año la rentabilidad mejoró gracias al avance en la producción de satélites.
En general, la fabricación de componentes espaciales tiende a ofrecer márgenes saludables debido a su alto grado de especialización y barreras de entrada tecnológicas.
Por ejemplo, el sistema Lightband de separación heredado de Planetary Systems es líder en su categoría, lo que probablemente le otorga a Rocket Lab una posición privilegiada en ese nicho.
Además, al usar estos componentes en sus propios productos como el satélite Flatellite anunciado en 2024, Rocket Lab maximiza su eficiencia interna.
Flatellite, diseñado para constelaciones de satélites, integra exclusivamente tecnología de la casa: desde tanques y software hasta electrónica, propulsión, star trackers y paneles solares.
El objetivo es claro: producir en masa con bajo coste marginal, sin depender de terceros y con un control total sobre calidad, tiempos y presupuesto.
La división de sistemas espaciales no solo está generando ingresos reales en el presente, sino que es la base sobre la cual Rocket Lab construirá sus principales apuestas de futuro.
Muchos contratos actuales son plurianuales, como el de SDA, valorado en 515 millones de dólares y con ejecución prevista hasta 2027.
Este tipo de acuerdos garantiza una cartera de pedidos sólida y predecible.
En 2024, Rocket Lab reportó un backlog superior a los 1.000 millones de dólares, impulsado en buena parte por Space Systems.
Pero la ambición no se queda ahí.
La introducción de Flatellite marca un paso hacia la fabricación en serie de plataformas para constelaciones, no solo para clientes externos (como agencias gubernamentales o empresas de comunicaciones), sino también para futuras constelaciones propias.
Esto convierte a Space Systems en algo más que un generador de ingresos: es un facilitador de nuevos modelos de negocio, desde servicios de datos hasta redes de observación y comunicaciones.
Además, Rocket Lab ha dejado entrever su intención de expandir aún más su cartera tecnológica mediante nuevas adquisiciones.
Una de sus metas es incorporar capacidades de comunicación láser (lasercom), una tecnología clave para aumentar el ancho de banda entre satélites.
Madurez tecnológica y posición competitiva
Uno de los grandes activos de Space Systems es la madurez y fiabilidad de sus productos.
Muchos de los componentes heredados de las adquisiciones cuentan con años de uso en misiones reales:
Los mecanismos Lightband han volado en infinidad de lanzamientos, las ruedas de reacción y sensores estelares de Sinclair están presentes en satélites comerciales y científicos, y los paneles solares de SolAero se han utilizado en misiones desde la órbita baja hasta el espacio profundo.
Esto reduce significativamente el riesgo tecnológico y refuerza la credibilidad de Rocket Lab como proveedor.
Al internalizar estas tecnologías, la empresa ha conseguido reducir su dependencia externa.
De hecho, es ahora un proveedor clave para otras compañías del sector, tanto emergentes como consolidadas.
Eso sí, todavía hay puntos de vulnerabilidad comunes a toda la industria, como la dependencia de microelectrónica avanzada o materiales específicos que suelen proceder de cadenas de suministro globalizadas.
Rocket Lab deberá seguir gestionando estos riesgos con atención.
En términos competitivos, Space Systems ocupa una posición privilegiada.
Mientras que muchos integradores compran sus subsistemas a distintos proveedores, Rocket Lab ofrece una solución integral: en un solo contrato puede incluir desde la estructura y los sistemas de propulsión hasta la electrónica y el software.
Esto simplifica enormemente la logística para el cliente y acorta los plazos de entrega.
Entre sus competidores destacan empresas como Honeywell, Blue Canyon, Airbus o Terran Orbital, pero pocas combinan tanta variedad de productos bajo un mismo techo.
SpaceX produce muchos de los componentes que utiliza en Starlink, pero no los comercializa.
Blue Origin fabrica motores para terceros, pero su oferta de componentes satelitales es limitada.
En cambio, Rocket Lab se posiciona como una especie de "tienda integral" para satélites pequeños y medianos, con presencia fuerte en EE. UU. y una agilidad propia de la nueva generación de empresas espaciales.
Photon una plataforma satelital de éxito
Otro de los pilares estratégicos de su diversificación es Photon, una plataforma satelital modular que ya ha demostrado ser clave para ampliar su oferta más allá de poner cargas útiles en órbita.
Con Photon, Rocket Lab no solo lanza, sino que también construye satélites completos.
Photon nació como una evolución de la etapa final del cohete Electron (conocida como Kick Stage), pero ha sido rediseñado para actuar como satélite independiente.
Incorpora todos los sistemas necesarios: propulsión, control de actitud, generación de energía, comunicaciones y capacidad de procesamiento.
El cliente solo necesita aportar su carga útil; Rocket Lab se encarga del resto.
Así, Photon se convierte en un satélite configurable que puede cumplir misiones en órbita baja, lunar o incluso interplanetaria.
Misiones reales, clientes reales
Ya ha volado en varias misiones, públicas y privadas.
Uno de los ejemplos más conocidos es CAPSTONE, la misión lunar de la NASA que buscaba ensayar la órbita donde se instalará la futura estación Gateway.
En esa misión, Rocket Lab no solo lanzó el CubeSat con un Electron, sino que proporcionó también el Photon Lunar, responsable de llevar la nave hasta la órbita lunar NRHO mediante maniobras prolongadas durante varios meses.
Todo ello por unos 10 millones de dólares, una fracción del coste habitual de este tipo de misiones.
La NASA quedó satisfecha: tiempo, coste y resultados alineados.
Otro caso relevante es el de ESCAPADE, una misión con destino Marte que incluye dos pequeños satélites.
Rocket Lab ganó el contrato para proporcionar las dos plataformas Photon que actuarán como buses satelitales.
Aunque el lanzamiento estaba previsto inicialmente con un Falcon Heavy, Rocket Lab sigue demostrando su flexibilidad: puede integrar su tecnología en vehículos de terceros sin perder valor añadido.
En el ámbito privado, Varda Space Industries representa otro ejemplo paradigmático.
Esta startup está desarrollando cápsulas de fabricación en microgravedad, y encargó a Rocket Lab la construcción de cuatro plataformas Photon personalizadas.
El primero se lanzó en junio de 2023, curiosamente a bordo de un Falcon 9 de SpaceX, y funcionó perfectamente. Rocket Lab se encargó de todo el satélite incluidos sistemas de energía, navegación y comunicaciones, mientras que Varda aportó la cápsula.
Este modelo B2B está ganando tracción, sobre todo entre empresas emergentes que no tienen experiencia en la construcción de satélites pero quieren acceder rápidamente al espacio.
Costes, márgenes y escalabilidad
Photon tiene una ventaja fundamental: se basa en componentes estandarizados y compartidos con otros productos de Rocket Lab, como el cohete Electron y la división Space Systems.
Esto le permite reducir costes unitarios de fabricación y acelerar los tiempos de integración.
Motores Curie, tanques de propelente de carbono, ordenadores de vuelo y sistemas de navegación, incluidos star trackers y ruedas de reacción de Sinclair, forman parte del ecosistema interno de Rocket Lab, lo que minimiza la dependencia de proveedores externos y maximiza los márgenes.
Una muestra de esa eficiencia es la misión CAPSTONE: Rocket Lab pasó del contrato al lanzamiento en solo cuatro meses.
En una industria donde los plazos suelen medirse en años, esto es una anomalía positiva.
En cuanto a precios, se estima que una misión completa Photon + Electron para LEO puede costar varios millones, y que las misiones más complejas, como la lunar de CAPSTONE, rondan los 10 millones.
Si bien los márgenes dependen del grado de personalización, se sabe que la división Space Systems de Rocket Lab, que incluye Photon, registró un margen bruto GAAP cercano al 30 % en 2024.
No es descabellado pensar que una línea de producción estable de Photons podría mantener o incluso mejorar esa rentabilidad.
Estado actual y futuro estratégico
Desde su primer vuelo en 2020, Photon ha evolucionado desde una simple demostración tecnológica hasta convertirse en un producto maduro.
Misiones como Pathstone (2021), CAPSTONE (2022), el despliegue de la vela solar ACS3 de la NASA o los satélites de Varda (2023) avalan su trayectoria.
Lo interesante no es solo lo que Photon es hoy, sino hacia dónde se dirige. Rocket Lab ha anunciado su primera misión privada a Venus, y Photon será la plataforma que transporte una sonda atmosférica hasta el planeta vecino.
Además, la NASA ha contratado a la compañía para estudiar una misión de retorno de muestras desde Marte utilizando una versión modificada de Photon.
La confianza institucional en esta plataforma crece con cada nuevo contrato.
Paralelamente, Rocket Lab está desarrollando Flatellite, una nueva generación de plataformas satelitales planas y apilables, optimizadas para la producción en serie y el despliegue de constelaciones.
Si Photon es el satélite versátil para misiones especiales, Flatellite apunta directamente al mercado de constelaciones LEO a gran escala.
La idea es clara: Rocket Lab no solo quiere construir satélites para clientes, también quiere desplegar sus propias constelaciones usando sus propias plataformas y cohetes.
Una ventaja competitiva difícil de replicar
La clave del éxito de Photon no es solo técnica, sino estratégica. Rocket Lab es el único proveedor de lanzamientos ligeros que también ofrece su propia plataforma satelital con historial probado.
SpaceX tiene Starlink, pero no vende satélites a terceros. Blue Origin aún no ha lanzado una alternativa comparable.
Los integradores tradicionales de satélites son buenos, pero lentos y caros.
Y ninguna de estas empresas puede ofrecer, en un solo contrato, un satélite totalmente funcional y el lanzamiento optimizado para ese satélite.
Servicios integrados: el clímax de la verticalización
Rocket Lab ha alcanzado el punto culminante de su integración vertical: ofrecer misiones espaciales completas como un servicio turnkey.
Esto significa que ya no hablamos solo de vender cohetes o plataformas satelitales.
Hablamos de encargarse de todo:
Diseño de la misión
Fabricación del satélite
Lanzamiento
Control en órbita
Entrega de datos
El cliente, ya sea una agencia pública o una empresa privada, sólo tiene que plantear el objetivo. Rocket Lab se ocupa del resto.
Este enfoque integral no solo simplifica la vida del cliente, también optimiza costes, reduce riesgos técnicos y acelera los plazos.
Quizás el contrato que mejor ilustra el alcance de estos servicios integrados sea el adjudicado en 2024 por la Agencia de Desarrollo Espacial de EE. UU. (SDA).
Rocket Lab fue seleccionada como contratista principal para diseñar, construir, integrar y operar una constelación completa de 18 satélites de comunicaciones militares.
El importe: 515 millones de dólares.
Un contrato cerrado y con calendario firme, que no solo pone a Rocket Lab en la misma liga que gigantes como Lockheed Martin o Northrop Grumman, sino que marca la primera vez que una empresa del "nuevo espacio" lidera un proyecto de este calibre en defensa.
Incluso en misiones que no implican construir el satélite, Rocket Lab aporta valor estratégico.
¿Quién contrata estos servicios? ¿Y cómo gana dinero Rocket Lab?
La mayoría de los contratos integrados hasta ahora han sido con clientes gubernamentales o empresas con un perfil dual (como Varda, que trabaja con la Fuerza Aérea de EE. UU.).
Un elemento clave es que muchos de estos contratos son de precio fijo.
¿Ventaja o peligro?
Depende. Si Rocket Lab ejecuta con eficiencia algo factible gracias a su control sobre toda la cadena el margen puede ser elevado.
Fabrican sus propios paneles solares, radios, star trackers... así que el valor añadido se queda “en casa”.
Pero si subestiman los costes, también asumen el golpe. Por eso la gestión de riesgos es crítica.
En el caso de SDA, además, hay incentivos de rendimiento: si cumplen antes o mejor de lo previsto, pueden ingresar hasta 26 millones adicionales.
Y más allá del contrato inicial, existe la posibilidad de generar ingresos recurrentes.
Si Rocket Lab no solo entrega la constelación, sino que la opera, puede cobrar por el mantenimiento, la supervisión o incluso por los datos generados.
Ahí es donde entra un nuevo concepto: el Space-as-a-Service.
En lugar de vender el satélite, vender el servicio.
¿Quieres imágenes de la Tierra? ¿Conectividad segura en zonas remotas?
Rocket Lab puede lanzar su propia constelación y cobrar por el acceso. Peter Beck lo ha sugerido con claridad:
“Queremos ofrecer nuestras propias aplicaciones desde el espacio”.
Eso sería el siguiente escalón en la cadena de valor. Pero para dar ese salto, primero tienen que construir esa infraestructura.
¿Y ahora qué? ¿Cómo se convierte Rocket Lab en operador?
A corto plazo, la prioridad es cumplir con los contratos ya firmados. La constelación de Globalstar estará lista en 2025. La de SDA tiene entregas previstas en 2027.
Mientras tanto, la empresa está sentando las bases de su próxima jugada: Flatellite.
Una nueva plataforma satelital, pensada para producción en masa, conectividad de alta velocidad y teledetección.
Beck ha dicho que es el primer paso para operar su propia constelación.
No se sabe aún si será de observación terrestre, de comunicaciones seguras o de ambos. Pero la lógica es clara: si tienes el cohete (Electron hoy, Neutron mañana), si fabricas los satélites (Photon y Flatellite) y si sabes integrarlos y operarlos...
¿Por qué no lanzar tu propia infraestructura y capturar también los ingresos del servicio?
Rocket Lab quiere cerrar el círculo de la verticalización. Y si lo logra, tendrá una ventaja difícil de replicar.
Conclusiones:
Rocket Lab ha pasado de ser una idea improbable a un actor clave en la nueva era espacial.
Peter Beck demuestra que la audacia y la obsesión bien dirigidas pueden romper cualquier límite.
La clave del éxito ha sido una ejecución impecable más que promesas grandilocuentes.
La verticalización total no es un eslogan: es su ventaja estratégica real y difícil de replicar.
Rocket Lab no compite por conquistar el espacio, sino por ponerlo al servicio de quienes quieren usarlo con propósito.
Antes de que votes, en todos nuestros artículos recibimos más "⭐⭐⭐⭐⭐" que "Me gustas" en el artículo.
Te lo agradecemos de corazón pero, si además le das a "Me gusta"…
¡Te coronas! 🙌🏼
Por último, si el artículo te ha sido útil, te animamos a que nos des tu apoyo dando un LIKE.
¡Nos vemos en la próxima!
Te mando un fuerte abrazo y que la fuerza de Buffett te acompañe.
DISCLAIMER: Este artículo no es una recomendación de compra o de venta, cada uno debe de realizar sus propios análisis.
Formato Audio:
Si prefieres escuchar a leer, te sugiero escuchar la versión de audio de este artículo. Contiene la misma información que la versión escrita, solo que en formato de audio.
¡Tú eliges cuál prefieres!
El fin es que, aparte de poder leer el artículo, tengas la opción de escucharla mientras vas al trabajo en coche, haces ejercicio en el gimnasio o paseas.
También puedes descargarlo aquí:
Formato PDF:
En caso de que te guste el artículo y quieras tenerlo en formato PDF, te dejo un enlace para que puedas descargarlo fácilmente:
Bibliografía:
Te dejamos por aquí los enlaces más interesantes para que profundices por tú cuenta:
Muy detallada la tesis sobre las actividades pasadas, presentes y futuras de Rocket Lab. Muchas gracias